jueves, 28 de julio de 2016

Billy Elliot o el inicio del fin

El 12 de marzo de 1984, el Sindicato Nacional de Mineros del Reino Unido, uno de los más poderosos del país, comenzó una de las huelgas más largas y duras que desarrolló la clase trabajadora durante el siglo XX.

En 1979, Margaret Thatcher había asumido el cargo de Primera Ministra y entre los años 80-81 dirigió la arremetida neoliberal contra la clase trabajadora y el Estado del bienestar: alza de impuestos, despidos masivos (alrededor de 3,6 millones de trabajadores) y privatización de las empresas que los gobiernos laboristas habían nacionalizado (por ejemplo, la industria del acero). La industria minera era la siguiente en la lista de privatizaciones y el estallido del conflicto era solo cuestión de tiempo.




Esta gran huelga minera es el telón de fondo de Billy Elliot (2000), película dirigida por Stephen Daldry y ganadora de tres premios BAFTA: a la mejor película británica, al mejor actor (el púber Jamie Bell) y a la mejor actriz de reparto (Julie Walters).

La película cubre casi todo el año que duró la huelga, mostrando de cuando en cuando las típicas escenas que el público espera: algo de romance y alusiones sexuales, mítines, enfrentamiento con los policías (esto último en clave humorística, ocultando así la inusitada violencia con que en realidad actuó la policía británica: 11291 detenidos, 8392 encausados, cientos de heridos y casi una decena de muertos), etc. El plano principal está ocupado por la gesta individual de Billy, hijo de un minero en huelga, para superar los prejuicios sociales de su entorno y lograr estudiar ballet, profesión considerada por los mineros no solo como de "maricas" sino también como representativa de las clases acomodadas y, por lo tanto, contraria a los intereses de la clase trabajadora.

A pesar de la mirada condescendiente y afectuosa hacia los mineros que Daldry transmite, la película se suma sin cuestionamientos a la idea que el modelo neoliberal logró imponer desde que los mineros fueron derrotados (y después de ellos, el Sindicato de Impresores): las luchas colectivas no sirven de nada, "eso de la sociedad no existe" (Thatcher dixit), aquí solo valen el lucro y el éxito individual. Y tanto se impuso este credo que los barrios obreros fueron desmantelados y en su lugar se construyeron centros comerciales y puestos de comida rápída, dejando bien en claro quiénes habían ganado la lucha política e ideológica.

En Billy Elliot destacan la dirección de actores, la cuidadosa selección de los escenarios y la recreación de la época (incluida la música); pero seguimos esperando la película que tenga un enfoque de veras progresista y que tras un tema supuestamente contestatario no nos inocule subrepticiamente los principios y valores de los que dominan el mundo.